domingo, 7 de diciembre de 2014

Tormento

Estaba al borde del colapso nervioso por culpa de ese estúpido sentimiento que llevaba siguiéndola más tiempo del que creía que podía soportar.
Cerró los ojos y se concentró en lo rápido que iba su ritmo cardíaco.

Y se preguntó los motivos de aquella sensación, que era entre angustia y malestar.
Que la sentía como si nada encajara, como si las piezas de ese rompecabezas estuvieran moviéndose por sí mismas.

Abrió los ojos y no vio nada. No un vacío páramo en medio del desierto, no una solitaria carretera, no una habitación cerrada. 
Sólo veía un blanco opaco y sentía una dolorosa opresión hirviéndole en el pecho.

Sentía cada músculo de su cuerpo tensado, y listo para actuar. 
Pero ahí no había nada. Y la conciencia de eso hizo que un grito de pánico naciera en el fondo de su garganta.

Sin embargo, no gritó. Se sentó en el seco suelo blanco sobre el que estaba y cerró los ojos de nuevo.
Contó hasta diez, mil y un millón. 

E incluso luego de eso seguía sintiendo la incómoda sensación. 
Sin saber qué hacer, se puso en pie y comenzó a caminar.

Y tras horas y horas del mismo blanco opaco, comenzó a preguntarse si en realidad se estaría moviendo realmente, o si había desperdiciado las últimas horas de su vida creyendo que iba hacia algún lugar sin hacerlo realmente. 
En ese momento deseó, aún con la dolorosa conciencia del sentimiento que cargaba dentro, poder dejar alguna huella de manera que pueda calcular la distancia recorrida.

Y lo sintió. Como el filo rasgando la piel.
Miró al suelo y vio que sus pies descalzos dejaban una graciosa huella color naranja. 

A partir de ese momento el incómodo sentimiento comenzó a ser más sutil, reemplazado por un frío corte que sentía que la atravesaba cada cierto rato, mientras las huellas que sus pies dejaban pasaban de naranjo a verde, amarillo, azul y rojo. 

Y ya sin la sensación agobiante de antes, se sentó a descansar luego de lo que le parecieron días caminando. 

Deseó que el cielo estuviera estrellado, y que una cálida brisa viniera a reconfortarla.
Pensó en los trozos de su corazón sanando, en las heridas del mundo cicatrizando.
Y sin dejar de sentir cierto cosquilleo de lo que en un principio sintió, se quedó dormida justo cuando el blanco opaco al que ya se había acostumbrado a observar tomaba un color oscuro, y se veía en él la primera estrella.