sábado, 21 de febrero de 2015

-1

Lo bueno de todo era que estaba acostumbrada.
Un golpe y al piso. 
Pero luego había que ponerse de pie y sacudirse simplemente.

Y era buena en eso. 
Tomar todas sus cosas, todo lo que no le serviría desde ese momento, y ponerlas en una caja, con un nombre y una fecha. 
Qué mejor. 

Lo bueno era que ya era algo inherente en ella, casi un trámite.
Finalizar ciertas cosas, aunque fuera a la fuerza.
Abrir el baúl y dejarlo todo ahí, ordenado.

Lo malo es que ha hecho aquello tantas veces que cada vez queda menos espacio en ese refugio.

Lo malo es que cada vez que abre el baúl la invade una oleada de sensaciones hambrientas, desesperadas.

Lo malo es que para lograr guardar aquel nuevo final, tiene que reacomodar todos los finales antes de aquel. Y eso jamás es sencillo.
No para ella.

Pero procedía casi profesionalmente. Y cuando estaba llegando al final de el final del momento, se detenía un segundo.
Y escuchaba como todo lo que formó parte de ella en ese final se destrozaba. 
Y en ese momento de silencio se enfrentaba a esas dos opciones.

Al rendirse frente a ese final y resignarse a formar un nuevo camino. O resignarse a ella misma y a su terquedad y abrir todos los baúles, llorar todos los finales para terminar sobre sus propios trozos.

Nunca era sencillo con los finales. Y ella sabía que jamás podría ganar frente a alguno.

Pero algo que no cambiaría nunca de aquella experiencia, era la sensación de desconocerse totalmente, de volver a reconocer entre las cenizas una nueva alma.

Aquel renacimiento obligado era lo único que no la hacía rendirse ante la muerte después de cada final.

domingo, 8 de febrero de 2015

Tinte

Y le era bonito llegar a casa luego de pasar tiempo fuera y ver el polvo acumulado sobre las cosas. Pensar que lo que le daba vida a ese lugar eran ellos.

Y a veces le incomodaba estar tan lejos de ella misma como para disfrutar del hogar, para aprovechar ese sentimiento. 

Y esa noche lo deseaba. Buscaba entre sus cosas el sentimiento perdido, el momento en que se sintió en casa.

Y habían tantos folletos e invitaciones nuevas, tantas cosas sin el color del sentimiento.
Tantas cosas sin polvo, sin vida.

Y quizás no tenían vida aún porque ella temía que tomaran ese color especial, que comenzaran a tener un significado.

De todas formas ella extrañaba aquel color acompañado del tiempo, de la memoria.
No buscaba aquel recuerdo para buscar en él un futuro. 
Sólo pedía una tarde, una cálida conversación en donde el pálido color de las cosas nuevas no la persiguiera como una sentencia.

domingo, 1 de febrero de 2015

Abismo

Estuvo sentada observando hasta que ya no hubo más que ruinas. Y cuando todo acabó despertó como de un paréntesis; poco recordaba cómo y porqué ocurrió todo.

Pero recordaba una brisa, una inocente y pequeña brisa que llegó como un huracán a destrozarlo todo.

Y ella no hizo más que observar cómo todo caía. Pero miraba sin ver, casi sin sentir.
Y el despertar le atravesó el corazón con todo de lo que una vez renegó.

Y comenzó a correr entre todos los destrozos.
No sabía muy bien por qué estaba corriendo, pero tenía la sensación de estar escapando.


Y más que parar a preguntarse de qué podría estar escapando, la certeza de sentir que realmente estaba escapando la hizo sentir una fría agonía que la hizo correr más rápido aún.


Y siguió así hasta que su pecho ardió y sus pies se destrozaron. Cayó rendida, con un grito de resignación en la garganta, con todos los demonios, de los que pensó que podrían ser el motivo de su escape, sobre ella. 

Perdió la conciencia antes de que el grito lograra nacer.

Y soñó con el huracán, soñó con el dolor de su corazón destrozado por los miedos, soñó con el momento que existió antes de todo; antes del huracán, antes de todo tipo de miedo. 

Y lo vio como en cámara lenta, casi en pausa. Lo tuvo entre sus manos y pensó en evitar todo aquel terror, toda la ponzoñosa hermosura que vendría después de aquel momento.

Pero solo le bastó parpadear con decisión para que todo estallara.
Aunque esta vez era una llamarada que encendía todo a su paso, que se alimentaba de toda vida, todo miedo, todo amor.

Ella dolorida, resignada, esperanzada por encontrar algo luego de aquel momento, cerró los ojos y se dejó consumir.