domingo, 1 de febrero de 2015

Abismo

Estuvo sentada observando hasta que ya no hubo más que ruinas. Y cuando todo acabó despertó como de un paréntesis; poco recordaba cómo y porqué ocurrió todo.

Pero recordaba una brisa, una inocente y pequeña brisa que llegó como un huracán a destrozarlo todo.

Y ella no hizo más que observar cómo todo caía. Pero miraba sin ver, casi sin sentir.
Y el despertar le atravesó el corazón con todo de lo que una vez renegó.

Y comenzó a correr entre todos los destrozos.
No sabía muy bien por qué estaba corriendo, pero tenía la sensación de estar escapando.


Y más que parar a preguntarse de qué podría estar escapando, la certeza de sentir que realmente estaba escapando la hizo sentir una fría agonía que la hizo correr más rápido aún.


Y siguió así hasta que su pecho ardió y sus pies se destrozaron. Cayó rendida, con un grito de resignación en la garganta, con todos los demonios, de los que pensó que podrían ser el motivo de su escape, sobre ella. 

Perdió la conciencia antes de que el grito lograra nacer.

Y soñó con el huracán, soñó con el dolor de su corazón destrozado por los miedos, soñó con el momento que existió antes de todo; antes del huracán, antes de todo tipo de miedo. 

Y lo vio como en cámara lenta, casi en pausa. Lo tuvo entre sus manos y pensó en evitar todo aquel terror, toda la ponzoñosa hermosura que vendría después de aquel momento.

Pero solo le bastó parpadear con decisión para que todo estallara.
Aunque esta vez era una llamarada que encendía todo a su paso, que se alimentaba de toda vida, todo miedo, todo amor.

Ella dolorida, resignada, esperanzada por encontrar algo luego de aquel momento, cerró los ojos y se dejó consumir.